miércoles, 16 de agosto de 2017

Españoles en Wolin 2017. Las Crónicas de Valdyr

Celebrábamos Björn el temible y yo los tratos comerciales con los francos en un asentamiento a orillas del río Spree, afluente del Elba. Frente a nosotros carne de cerdo y cerveza, servidos por una provocativa posadera, tatuada y de rubias trenzas. La noche estival fue tranquila, descanso merecido tras las duras aunque fructíferas negociaciones con mercaderes bizantinos.

A la mañana siguiente partimos al encuentro de Brokkr el herrero, también apodado el torturador, otro de los nuestros, y de Erik Bjørnson y Sturli cinco dientes, aliados del Ulf Klan. Habíamos sido convocados por Bartosz Werbliński, Jarl de nuestros hermanos de Chmurnicy, para defender el asentamiendo de Jomsborg, que previsiblemente iba a ser atacado en breve, en vista de la concentración de tropas foráneas en sus inmediaciones.

Cabalgamos durante todo el día hasta que un extenso brazo de agua nos impidió el paso, se trataba del lóbrego Oder, del cual seguimos su curso hasta el meandro en el que se encontraba fondeado nuestro barco, cargado ya con pertrechos y mercancías, fruto de nuestros intercambios con las gentes locales y comerciantes de exóticos lugares.

Dirigimos la proa hacia su desembocadura navegando a gran velocidad a favor de la corriente y, en el último tramo, aprovechando la bajada de la marea. Allí el río se abría en multitud de canales de escasa profundidad, sería fácil encallar para cualquier timonel que desconociese la zona, pero yo había navegado por allí los tres veranos anteriores, acudiendo siempre en ayuda de nuestros hermanos del Este, acosados durante el estío por un enemigo implacable que buscaba aprovecharse de las riquezas originadas por el floreciente comercio en esta privilegiada encrucijada.


Miembros del grupo polaco Chmurnicy. Anfitriones de nuestros compañeros, quienes quedaron segundos en la competición de la "batalla del puente" entre un total de 30 grupos combatientes.
Abajo la linea de escudos de los compañeros donde algunos españoles miembros de Ulf Klan Madrid y Stál Hríð combatieron



Wolin llaman las tríbus eslavas a la isla donde se alza orgullosa la fortaleza de Jomsborg. Una recia empalizada de madera defendida por altas torres rodea un gran salón, viviendas, talleres y almacenes por tres de los lados, mientras que en el cuarto el puerto queda protegido por varios drakkar, las embarcaciones de guerra coronadas por cabezas de amenazadoras bestias por las que es conocido y temido nuestro pueblo.

Allí es donde desembarcamos, no sin antes divisar al que iba a ser nuestro rival en el campo del honor. La horda había acampado a una distancia superior a la que puede recorrer cualquier flecha, parecía ser la habitual coalición heterogénea de clanes de origen eslavo, germano y magyar, insubordinados pero valerosos, muchos de ellos experimentados guerreros.

Como siempre fuimos cálidamente recibidos por Bartosz y los suyos. Tras las risas y abrazos y el intercambio de regalos descargamos lo estrictamente necesario y nos instalamos en las tiendas que nos tenían preparadas. Finalmente nos sentamos a la mesa, cenamos, bebimos, bromeamos, reímos y bebimos más. Después fuímos al gran salón donde seguimos charlando sobre nuestras aventuras vividas a lo lardo del año, un invierno más había pasado, pero la amistad y la camaradería seguían inalterables.

Encontré caras conocidas procedentes de muchos lugares, desde las tierras de los sajones y los francos hasta los confines del poderoso principado de Kiev, desde la gélida Laponia hasta la exótica Bizancio. Seguimos bebiendo cerveza, hidromiel y fuertes aguardientes hasta bien entrada la noche,
y al final, como casi siempre y de un modo inexplicable, todos logramos encontrar el camino de regreso a nuestras tiendas.

Al día siguiente los clanes defensores retaron a los atacantes a duelos individuales entre campeones, así como a combates de cinco contra cinco en el estrecho puente de tablones que une la isla al continente. Las batallas fueron cruentas, algunos se desplomaron donde fueron alcanzados por golpes de espada, hacha o lanza, inmóviles, tiñendo de rojo los centenarios maderos de roble, a otros se les tragó el Oder, cuyo apetito por guerreros acorazados es insaciable. Nuestros hermanos de Chmurnicy sobrevivieron a la carnicería y consiguieron alzarse con un meritorio segundo puesto entre los treita equipos que participaron.






 Diferentes fotos de la batalla, en la primera los componentes de Ulf Klan y de  Stál Hríð posan tras sobrevivir al combate 

Por la noche nos volvimos a reunir en el gran salón para celebrar una fiesta en honor a los que esa noche cenarían en un salón inmensamente mayor, un lugar majestuoso con 540 puertas llamado Valhalla, donde el mismísimo Odin recibiría a los caídos con honor. Como homenaje a éstos participaron en un violento juego Erik Bjørnson y Sturli cinco dientes, que recibieron tremendos golpes por parte del Jarl Bartosz, yendo a dar con sus huesos en el suelo desde gran altura, para regocijo de la ebria masa que les arengaba.

Los días siguientes se rompieron definitivamente las hostilidades y varias batallas tuvieron lugar a los pies de la fortaleza. El arrojo y la fiereza de los atacantes hicieron que la balanza se decantara inicialmente de su lado, y allí estábamos nosotros, Stál Hríð, formando el muro de escudos como el año anterior, un año más codo con codo, escudo con escudo con nuestros rubios y barbudos camaradas de orillas del Báltico.

Los tambores de guerra golpeaban rítmicamente nuestros oídos mientras nos posicionábamos en el ala izquierda del muro de Jomsborg, precisamente por donde los invasores rápidamente trataron de rodearnos. Nos agrupamos en formación cerrada para contrarrestar su ventaja y conseguimos rechazar sus ataques. Cuando se está enmedio de una batalla uno sólo tiene consciencia de lo que ocurre en su inmediato entorno, no más de unos pocos metros en cada dirección, el arma que te intentará matar estará seguramente dentro de esa distancia, y si te distraes un segundo mirando a la lejanía es muy probable que tu final haya llegado. Por lo demás el caos trata de imponerse al orden, y cuando eso ocurre en un ejército, todo está perdido.

Había guerreros con espadas, con hachas ligeras, con hachas de dos manos y con lanzas, pero a mí me parecía que casi todos los lanceros enemigos estaban trente a nosotros, el ala derecha de su formación era como un gigantesco erizo que lanzaba sus mortales púas hacia delante desde diferentes ángulos. De vez en cuando caía desde las alturas un gran hacha danesa, difícil de parar con la espada, así que uno trata de hacerlo con el escudo, momento que esperan los lanceros para atravesarte de parte a parte. Además su experiencia les hacía actuar compenetrados, si tenías buenos reflejos podías librarte con suerte de la lanza que te atacaba de frente, pero cuando tenías dos, una a derecha y otra a izquierda, uno trataba de ensartarte desde un lado, e inmediatamente cuando te defendías con el escudo el segundo veía el hueco para hundir la suya en tus entrañas.

Una Shield Maiden la tomó conmigo durante un buen rato, me acosaba con su lanza sin pausa, por arriba y por abajo del escudo, a veces por la derecha, una y otra vez me las arreglaba para esquivar o golpear su arma con mi espada. Llevaba una coraza de láminas y un elegante casco de estilo eslavo, de hierro y bronce, coronado con crines de caballo, todo ésto la hacía parecer un guerrero más, con gran arrojo y agresividad, eso sí. De hecho sólo me dí cuenta de que era una mujer cuando emitió un agudo grito, al ser ella misma alanceada en un costado por uno de los nuestros.













El tiempo pasaba y el cansancio se apoderaba de nosotros, a veces se producían largas pausas con ambos muros de escudos enfrentados. Nos mirábamos a los ojos mientras esperábamos una orden de ataque y escuchábamos en la lejanía el clangor de las armas entrechocando en el otro ala de la formación. Era entonces cuando uno más se fija en las miradas de los aquellos que habían llegado allí para matarte. Algunas miradas no podían esconder el miedo, otras mostraban frialdad, otras rabia y dolor, y otras una furia desatada, eran éstas las de aquellos que sólo viven para la guerra, que sólo se encuentran a gusto en el campo de batalla, mandando guerreros a engrosar las filas de los Einherjer, el ejército que Odin mandará en Ragnarok.

En ocasiones una de las filas rompía súbitamente la tensa espera y lanzaba un ataque para intentar sorprender y arrollar al contrario. Una de las veces que hicieron ésto los invasores el guerrero que tenía enfrente se abalanzó sobre mí y en el último momento giró su escudo hasta colocarlo en horizontal para golpearme fuertemente con su canto en la muñeca, mi mano se abrió al instante y mi espada cayó al suelo. Habría sido el final si uno de mis camaradas no le hubiera dado un hachazo en la espalda.

Poco después el gran Björn caía herido, alanceado a la altura de las costillas, enfundado en negra cota, su barbuda cabellera coronada por alto yelmo, se había expuesto demasiado al peligro, siendo como es siempre reacio a dar un paso atrás. Se desplomó boca abajo en el espacio entre ambas líneas, quedando allí, inmóvil, hasta que fue ayudado por nuestros compañeros, que consiguieron arrastrar con trabajo su gran volumen por detrás de nuestro inquebrantable muro, de coloreada madera y brillante acero.

Instantes después éramos nosotros los que lanzábamos un contraataque, y en esta ocasión les pasamos literalmente por encima. Cargué con mi escudo hasta chocar contra el adversario golpeando con mi espada todo lo que se encontraba al otro lado, madera, hierro, cuero, carne y huesos. Sólo la acumulación de cuerpos en el suelo, que dificultó nuestro avance, evitó que toda su ala derecha se colapsara, aún así habíamos conseguido romper su muro en dos, mientras que el nuestro resistía.
El enemigo dividido se reagrupó en dos compactos grupos, intentarían que nos saliera cara la inminente victoria, rodeados y exhaustos luchaban por un lugar en la mesa de Odin, lo cual les hacía especialmente peligrosos. En tres ocasiones las omnipresentes lanzas me habían alcanzado, dos por encima y una por debajo del escudo, aunque mi cota de malla detuvo las aceradas puntas, ahora acababa de recibir la cuarta, en diagonal, en la cadera, pero en esta ocasión atravesó la cota abriendo un gran agujero entre sus férreas anillas, mi gambeson envolvió la despiadada punta y la frenó parcialmente, gracias a su relleno de pelo de caballo, aún así la potencia del impacto y el agudo dolor me derribaron de inmediato. 





















Los defensores de Jomsborg no tuvieron compasión con los vencidos, desde el suelo vi como los nuestros me sobrepasaban, presos del ansia de destrucción. La realidad se me aparecía como estática, escenas que captaban mi atención y dominaban mi mente como si el resto del mundo no existiera. Uno de los nuestros tenía sus pies sobre sendos escudos, que a su vez descansaban sobre dos guerreros caídos, y en equilibrio desde esa posición elevada golpeaba una y otra vez con su espada a los pocos invasores que aún quedaban en pie. Un señor de la guerra de suntuosa coraza recibió un lanzazo en la cara, cayó y se levantó casi de inmediato, se quitó el casco y se fue caminando tranquilamente, saliendo del campo de batalla, de uno de sus ojos brotaba un torrente de oscura sangre. También vi a Brokkr, guerrero combativo como pocos, que a pesar de haber recibido un golpe de hacha danesa que casi le destrozó el casco seguía castigando con su hacha ligera al último bastión enemigo. Miré hacia el cielo y me pereció vislumbrar a las Valkirias, cabalgando entre las nubes, las hijas de Odin parecían felices.

La masacre había terminado, y horas después, con apenas tiempo para descansar y restablecernos, nos despedimos de nuestros queridos amigos y embarcamos rumbo al sur, con la certeza de que, ocurra lo que ocurra durante el siguiente invierno, los vientos estivales nos volverán a traer hasta esta espléndida isla, una auténtica joya en el Mar Báltico.

Valdyr Bloðugr - Recreador histórico e investigador del mundo medieval escandinavo. Jarl del grupo de recreación Stál Hríð. 

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